Ah, la tecnología en la educación, ese tema que parece salido de una novela de ciencia ficción donde los profesores son reemplazados por hologramas y los estudiantes aprenden por osmosis digital. Pero, ¿alguna vez te has preguntado si esta innovación es realmente tan transformadora como nos la pintan?
Empecemos por el teléfono móvil. Ese dispositivo omnipresente que, según los gurús de Silicon Valley, es la clave para el aprendizaje del siglo XXI. ¿De verdad esperamos que un adolescente, a quien le cuesta concentrarse más de cinco minutos, encuentre en su teléfono una herramienta educativa y no un portal hacia TikTok? La juventud de hoy tiene un maestro mucho más influyente: el algoritmo.
¿Y qué hay de la inteligencia artificial? Nos prometen una revolución cognitiva, pero olvidan mencionar que estas maravillas tecnológicas a menudo se quedan cortas en habilidades básicas de traducción y comunicación. Claro, pueden ganarte en ajedrez, pero preguntarle a un chatbot sobre física puede ser tan frustrante como intentar enseñar a un pez a andar en bicicleta.
Las escuelas invierten millones en recursos tecnológicos, pero rara vez se evalúa su impacto real. ¿Cuántas veces hemos oído que la educación tecnológica es la clave del éxito? A veces, parece más una campaña de marketing que una teoría educativa sólida. Lo que olvidan decirnos es que la cognición humana, a diferencia de los dispositivos, no se actualiza con un simple clic.
En última instancia, la tecnología es una herramienta, no una panacea. Sin una organización adecuada y un cambio cultural que valore el pensamiento crítico por encima del brillo de las pantallas, estamos condenados a seguir viendo la educación como un espectáculo de luces sin verdadero contenido.