Ah, la tecnología militar, ese fascinante campo donde la humanidad demuestra que, a pesar de siglos de evolución, seguimos siendo unos niños grandes jugando con juguetes peligrosos. En un mundo donde la paz es una palabra que se pronuncia con la misma frecuencia que "guerra", los vehículos aéreos no tripulados se han convertido en los drones favoritos de cualquier ejército que se respete.
Hablemos de dinero, porque, admitámoslo, sin economía, la maquinaria bélica se queda sin gasolina. Los presupuestos para armas hacen que hasta el más entusiasta comprador de gadgets se quede boquiabierto. En Estados Unidos, por ejemplo, la inversión en tecnología militar supera el PIB de algunos países enteros. ¿Y para qué? Para asegurarse de que, en caso de un conflicto, puedan destrozar el mundo varias veces antes de desayunar.
Europa no se queda atrás, jugando al gato y al ratón con Rusia, mientras que países como México y Colombia observan con una mezcla de miedo y admiración. Porque, seamos honestos, en el teatro mundial de la guerra, no todos tienen un asiento en primera fila.
Lo más irónico es que esta carrera armamentística, este constante afán por tener el arma más grande y brillante, se justifica en nombre de la "seguridad". Como si la destrucción masiva fuera la respuesta a nuestros problemas. Pero claro, ¿qué sería de la humanidad sin un poco de destrucción creativa?
Mientras tanto, en las oficinas de los altos mandos militares, los estrategas siguen diseñando planes como si de un juego de guerra mundial se tratara. Porque nada dice "paz" como un ejército listo para desatar el caos en cualquier momento.
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