
Ah, los videojuegos: esos maravillosos mundos donde puedes salvar al universo, ser un ídolo del deporte o, si eres particularmente masoquista, un fontanero que salta sobre tortugas. Pero hablemos claro. ¿Qué es lo que realmente buscamos en ellos? ¿Evasión, quizás? ¿O es que necesitamos una videoconsola para lidiar con nuestra existencia en el desierto de lo real?
En un mundo donde cada vez más países, como Marruecos, se sumergen en la cultura gamer, uno se pregunta: ¿será que entre las dunas y los bazares hay un lugar para el diseño de videojuegos? No es que me imagine a un beduino programando el próximo Nintendo hit, pero oye, el talento puede surgir donde menos se lo espera.
Y hablando de talentos y sorpresas, ¿quién no ha sentido una curiosidad morbosa por ver qué pasaría si la PlayStation 5 fuera lanzada en una tienda de un zoco marroquí? Imaginaos la conmoción: un oasis de tecnología en pleno mercado, donde los perfumes y las especias serían desplazados por el aroma inconfundible del plástico nuevo.
Pero dejemos de lado los sueños y volvamos a lo tangible. En un mundo donde el idioma árabe se expande en el ámbito digital, ¿cuánto tardaremos en ver un videojuego triple A que no solo tenga subtítulos, sino que esté completamente doblado? Y más importante aún, ¿lograremos que estos juegos toquen temas relevantes para culturas que han sido, hasta ahora, meros escenarios exóticos en nuestras épicas visuales?
Mientras algunos se entretienen con sus juegos, otros diseñan futuros donde la realidad virtual será más real que la propia realidad. Al final del día, no son más que píxeles en una pantalla. Pero, ¿qué importa? Al menos, mientras estemos inmersos en ellos, el calor del desierto es solo una metáfora, y el único reto es encontrar la siguiente consola en stock.